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“Bola y cadena” y “El río”, elegidos relatos del mes del Club Atenea Inspira

Tras un empate en la votación, publicamos los textos de Rafael Porras y Juan Francisco de la Rosa, seleccionados entre las propuestas de los escritores que quincenalmente se reúnen en el Ateneo de Málaga

BOLA Y CADENA

Por RAFAEL PORRAS ESTRADA

Cuento los días, las semanas… Ya, me es igual. Los cuerpos han segregado la querencia de los mansos y se refugian huyendo del peligro.

Mi guarida es una patria de cinco pasos. A poniente linda con un poblado de nativos mestizos, de pieles ocres, rojas, violetas, amarillas y verdes, con ropajes rugosos metalizados, y otros con armaduras de palo , que asoman sus cabezas de cabellos erizados por los tarros de cerámica  y hojalata.

La tierra está fertilizada por aguarrás -limón y trementina. Este es el hontanar de los sueños que serpentea por llanuras de oro, montañas de nieves perpetuas y el azul turquesa de los lagos.

En el espejo de sus aguas me afano, como Narciso, en reflejar mis vanidades. 

Por el Sur, desde un pequeño balcón con celosía, contemplo la frontera marina y las desiertas playas. Un silencio espectral arrasa con todo, como una plaga de Egipto. El catamarán está hundido como un arado, esperando los vientos favorables que hinchen sus arboladuras y lo libere de la tierra. Los perros rebuscan en los cubos de la basura.

El ocaso se ha extendido y patea las nubes con sus botines rojos.

A Levante, en un altillo presiden las sufridas tablas de mi biblioteca y la mesa de escribano. Son la bola y la cadena en la que estoy preso. Y cuelga de la pared un reloj de horas tridentinas que vienen destilando inmisericorde un tiempo inexpugnable, un bebedizo mágico que me tiene embriagado de quimeras y ensoñaciones.

EL RÍO

Por JUAN FRANCISCO DE LA ROSA

La ciudad estaba dividida por un río. Recuerdo que antes (pero ha pasado ya mucho tiempo) hubo cerca una fundición que aprovechaba sus aguas para el lavado y el moldeo de los minerales de un yacimiento cercano. Es una ciudad próspera. A un lado del río están los accionistas de la mina, también los ingenieros, los abogados, los médicos…, todos ellos con sus familias; al otro lado, los comerciantes que se habían instalado allí y que abastecían con sus productos a los habitantes. Mucho más lejos de las riberas viven ya los empleados.

Cuando la mina cerró, las gentes poco a poco se fueron marchando a otros lugares y la ciudad quedó despoblada. Ya sólo la habitamos mi vecino y yo. Vivimos enfrente uno del otro separados por el río. Pero no nos conocemos, y ni tan siquiera nos hemos saludado alguna vez cuando nos asomamos a la ventana…

Uno de los hombres suele salir a pasear al amanecer por la orilla del río, el otro, a la caída de la tarde. Es por ello que nunca se han cruzado en el camino.

Todo ocurrió en una las crecidas de primavera del río. El que salió a pasear por la mañana resbaló y fue arrastrado corriente abajo. El otro hombre, desde su ventana, lo vio en el apuro y salió de su casa. Tal vez por intentar socorrerlo, acaso por curiosidad, él también fue arrollado por el impetuoso caudal. Ambos cuerpos, ya inertes, descendieron juntos vertiente abajo y quedaron enredados en una cañavera por donde las aguas se van amansando en un cauce amplio que saluda al mar.

El Club de Escritores Atenea Inspira es coordinado por Lola Acosta, junto a la vocal de Acción Literaria, Vicky Molina

VOCALÍA ACCIÓN LITERARIA

1 Comment

  • Antonio R. Arcas
    24/01/2023

    Dos magníficos relatos. Enhorabuena, compañeros.

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