Feb
13
El conocimiento es el único bien que crece cuando se comparte.
No es una idea nueva; Bernard Shaw explicaba que si dos personas tienen una manzana cada uno y las intercambian siguen teniendo una manzana cada uno; pero si lo que intercambian son dos ideas, entonces al final tendrán dos ideas cada uno.
También Richard Stallman, en defensa de nuestra ciudadanía, hace mucho que nos sugiere que compartamos el conocimiento para mantener la autonomía respecto de las grandes corporaciones que pueden llegar a controlar la gestión del mismo con sus ingentes recursos.
Actualmente constatamos la velocidad de este crecimiento que fue vaticinado por Don Tapscott, antes de que existieran las redes sociales y cuando el primer blog apenas tenía un año, al afirmar que el conocimiento sería un bien más amplia y libremente extendido que nunca y que la distribución de poder real cambiaría rápidamente.
Con la aparición en 2001 en EEUU del proyecto Creative Commons, que promueve la creación de mecanismos legales y técnicos para facilitar el acceso a la cultura y para eliminar barreras que dificulten su difusión y creación, se abrió la puerta a la cobertura legal de esta actitud frente al saber. Y ya hemos traspasado el punto sin retorno para la consolidación de un espacio virtual libre, abierto, con vocación de inclusión de la diversidad. Y real; porque lo más increíble de lo virtual es que lo virtual no existe, que todo es real.
Quien haya practicado el ejercicio de poner a disposición de la comunidad lo que sabe, a buen seguro habrá constatado el rico retorno que esta devuelve tanto en el plano intelectual como en el afectivo. En la voz imprescindible de Dolors Reig encontramos la explicación: la afectividad es la clave en el mantenimiento de comunidades.
Nadie duda ya de que la web comunica personas, que estas se sienten más cerca cuando comparten sus ideas y que entre todas están tejiendo la web social actual produciendo una transformación irreversible en la posición del eje de transmisión del conocimiento que ya fluye horizontalmente.
Se trata de un proceso inexorable; desde los antiquísimos documentos de arcilla que guardaban las bibliotecas de Babilonia bajo el control de los sacerdotes, hasta la actualidad la historia de la extensión del conocimiento está jalonada de hitos que han supuesto la ampliación de las cotas de libertad y bienestar de la población y que son el resultado de un desarrollo tecnológico: los pergaminos de papiro y el alfabeto, la imprenta, Internet …
Actualmente el conocimiento libre es una realidad, un fenómeno social que defiende la libertad de participación de las personas mediante la universalización del saber. Y desde una perspectiva epistemológica, una corriente que estudia el origen histórico y el valor del conocimiento considerándolo como un bien público que beneficia a la colectividad en general y permite el desarrollo igualitario. Eso ha compartido alguien con nosotros desde la Wikipedia, una de las cimas en este ámbito que ha resistido comparaciones con las obras más prestigiosas.
Realmente no puedo imaginar otra concepción del saber que conecte mejor con el espíritu de los ateneos, ni ágora más propicia que la conversación que fluye en Internet a través de blogs, wikis, y redes sociales de distinta naturaleza para la interacción y el enriquecimiento cultural. Como afirma José Juan Fernández Cabrera, la socialización del conocimiento permite que este pueda evolucionar mediante un proceso colectivo en el que se recogen las aportaciones de muchas personas. Seguramente el ejemplo paradigmático que ilustra esta afirmación es el software libre, otra de las catedrales de la colaboración en red.
Todo este fenómeno ha provocado una reflexión profunda sobre el acceso al conocimiento que va más allá del hecho mismo de compartir. Desde el proyecto Vir-ed nos preguntan:
Estamos más conectados que nunca a la gente, a los lugares, a las ideas. Hay cientos de millones personas utilizando la web social cada día, pero ¿cómo podemos aprovechar todo esto para que la gente se dedique a aprender? ¿estamos produciendo simplemente una cultura de la inmediatez? ¿cómo podemos organizar este flujo de significado para convertirlo en conocimiento?
Quizás una de las respuestas a esta cuestión se encuentre en la idea de crear conjuntamente con espíritu crítico y constructivo, y de reelaborar juntos lo creado por otros.
Isaac Mao, que ha formulado el sharismo y que defiende que los que comparten están acumulando capital social y una superabundancia de respeto por parte de la comunidad, va más lejos:
La nueva fórmula económica es: cuantas más personas remezclen tus obras más obtendrás a cambio.
Por si algún lector teme la desprotección de los autores, Mao subraya lo que muchos hemos experimentado: cualquier violación de tus derechos puede ser perseguida no sólo en los tribunales sino también por parte de la comunidad con la que compartes.
Pero el auténtico desafío es incorporar al máximo número de personas a este espacio en el que se genera la cultura global, dominante en lo que a circulación de información se refiere, sin perder la perspectiva local. Siguiendo a Castells, las ciudades que intervengan en el espacio global beneficiando a sus ciudadanos e incorporando su identidad serán las que liderarán nuevas formas de creación de conocimiento. Porque quienes estén conectados y al mismo tiempo mantengan su cultura serán más capaces de producir conocimiento, y ello implica valor en la sociedad actual.
Por todo ello el Ateneo de Málaga hace acto de presencia en la blogosfera con vocación de permanencia, para ofrecer lo que sabemos y enriquecernos con quienes nos brinden la oportunidad.
Me parece un artículo sumamente ilustrativo e interesante.
Al hilo de su instructiva lectura, me gustaría hacer algunas consideraciones.
De entrada, en el ejemplo de Bernard Shaw acerca del carácter único del conocimiento subyace, de hecho, un concepto genérico como es el de bien colectivo puro. Como es sabido, un bien (servicio) colectivo puro es aquél que presenta la característica de “no rivalidad en el consumo”, es decir, el hecho de que una persona disfrute de él no impide que otras muchas disfruten también, en las mismas condiciones de cantidad y calidad. La revolución tecnológica de Internet ha convertido potencialmente en universales bienes o servicios como la información y el conocimiento. La veracidad en la información se antoja un elemento crucial, ya que de lo contrario podrían generarse “males” colectivos.
Por otro lado, el mestizaje sin ningún tipo de límite que se propone de las aportaciones personales puede chocar con las pautas asimiladas durante años por personas sujetas a los cánones académicos. Respecto a los supuestos derechos de autor, soy partidario de la máxima difusión de las aportaciones, por modestas que sean. Ahora bien, albergo serias dudas de que alguien pueda atribuirse libremente (como, por supuesto, ocurre en la práctica) la autoría de obras o aportaciones de otras personas, sin ni siquiera citar el origen. Los derechos de autor no pueden entenderse simplemente como un factor de interés económico. La holgura que viene imperando en este terreno llega a veces a situaciones curiosas. Así, por ejemplo, algunos alumnos me han entregado trabajos supuestamente elaborados por ellos en los que reproducían literalmente, sin citar, trabajos ajenos y en algunos casos incluso míos. En cualquier caso, creo que deberían establecerse unas reglas claras que puedan ser conocidas por cualquier posible participante en un entorno de transmisión del conocimiento con carácter previo.
En este contexto, aunque comparto que la construcción del conocimiento requiere de muchas aportaciones, albergo dudas acerca de cómo deben gestionarse para lograr auténticos saltos cualitativos en ese proceso. Mi experiencia personal derivada de otros entornos de contribuciones colectivas me sugiere que, si no hay alguien que asuma la tarea de sintetizar todas las aportaciones, difícilmente se logra avanzar de manera efectiva.
Adicionalmente, en el artículo se hace referencia a la Wikipedia, proyecto que se valora muy positivamente y que ha alcanzado una enorme influencia y un gran reconocimiento. Desconozco el proceso de construcción seguido en ese proyecto y los niveles de control de calidad existentes, que seguramente serán adecuados. De lo contrario, sería difícilmente explicable su extraordinaria notoriedad. No obstante, a título de ejemplo, circunstancialmente, hoy he consultado, al haber encontrado una referencia, la entrada de Unicaja y, para mi sorpresa, aparte de desfases manifiestos, me he encontrado con diversos errores considerables.
Finalmente, no quiero dejar de expresar mi felicitación por haber abierto la inmensa vía de la blogosfera a los miembros de El Ateneo de Málaga, lo que, estoy convencido, dará grandes frutos.
Felicidades, Jose María y José Manuel, por tan interesante artículo y comentario.
Estando básicamente de acuerdo en el impacto que la red ha tenido sobre la expansión del conocimiento así como en el reconocimiento de los nuevos valores que aporta la idea de compartir (en un contexto ético se dice que “eres lo que compartes”), coincido con José Manuel en la necesidad de una mínima regulación o conducción. En el ámbito científico, nuestra generación se ha criado en el espacio competitivo de la evaluación de la calidad de la actividad investigadora. El objetivo (obsesivo, frecuentemente) es publicar tus resultados en la revista del máximo prestigio internacional posible, lo que requiere una evaluación externa por los denominados “referees” encargados de velar por la calidad, rigurosidad, originalidad, etc de los contenidos del artículo en cuestión. Cuando un investigador español consigue publicar un artículo en, digamos, “Nature” o “Science” (en mi campo de trabajo), hasta tiene una entrevista garantizada en El País…
Sinceramente, creo que un sistema de evaluación externa, siempre manifiestamente mejorable y no exento de las miserias de la condición humana, no puede suprimirse sin caer en la expansión del error y en la disminución de la calidad de lo publicado.
Internet ha abierto grandes vías a la difusión de información y conocimiento, pero también ha abierto las puertas a mucho indocumentado que ha nutrido las mentes de los navegantes y curiosos de información errónea o tendenciosa.
Como dice con mucho sentido común mi cuñado Enrique, un trabajor nato con hijos nacidos en la generación de internet y con una curiosidad inagotable por todo, él también, de vez en cuando “escarba” en internet…Quizás sea esto lo que tengamos que enseñar a partir de ahora los docentes (¡cuánta razon tienes, Jose Manuel): enseñar a nuestros pupilos a escarbar, a discriminar o (dicho de forma un poco cursi) a no perder el rumbo de la navegación en ese océano de datos que es Internet.
Son muy interesantes vuestras reflexiones, José Manuel y Jaime.
Comparto completamente la ruptura que supone la web 2.0 y la participación completamente abierta y democrática que esta permite en la producción de conocimiento con respecto a los cánones académicos. Los docentes hemos experimentado hace mucho que actualmente la academia no tiene la exclusividad a la hora de difundir y aportar conocimiento, y esta es una realidad a la que hemos de adaptarnos. Además tenemos ante nosotros nuevos retos en nuestra labor, más allá de la transmisión de conocimiento; por ejemplo, el desarrollo por nuestro alumnado de competencias como la elaboración de artefactos de conocimiento en la línea que propone el Proyecto digeulit, de la Unión Europea, sintonizando con la sugerencia de Jaime en su comentario.
A su vez como lector asiduo de publicaciones on-line, blogs en muchos casos, puedo dar fe de la existencia de un número muy elevado de autores que se gana el respeto de la comunidad a base de trabajar con rigor e ilusión. Hay parámetros que permiten evaluar su trayectoria como el número de suscriptores que los siguen, de manera que si una publicación no aporta contenidos de interés y fiables deja de ser leída.
Y no podemos olvidar la necesidad de contrastar la información; incluso la de las fuentes que nos merecen la mayor consideración. Picando en el enlace que hay sobre la expresión “ha resistido comparaciones” se puede comprobar que el debate sobre la Wikipedia está muy vivo, especialmente desde la comparación experimental que hizo Nature entre esta enciclopedia y la Británica, que dio como resultado un número de errores sólo algo superior en la primera. La Wikipedia y su filosofía son una realidad consolidada, aunque tenga que mejorar algunos aspectos, como de hecho está ocurriendo. Si bien he de decir que como ejemplo de gran logro de la aportación colectiva prefiero el del software libre, entorno en el que precisamente existe una estructura jerárquica que supervisa las aportaciones, tal y como sugieres José Manuel, como método más idóneo a la hora de abordar el trabajo colaborativo.
En cuanto al respeto a los derechos de autor no puedo estar más de acuerdo en la obligación ética de respetarlos y reconocerlos citando las fuentes cada vez que utilizamos información producida por otras personas.
Comparto plenamente contigo Jaime la necesidad de un mecanismo de evaluación externa. En mi opinión la web lo hace posible pero en muchos casos ha de ser refinado.
Gracias por vuestras excelentes aportaciones.